Victorias y derrotas: Un epílogo casi tan largo como toda la novela.
La buena literatura, o la buena poesía, o el arte, me decían hace tiempo, no necesitan explicarse. En caso contrario, no son buenos. Siendo consecuentes con esta afirmación en la que yo mismo creo, les cuento un pequeño cuento sobre el “making of” de la micronovela que microconcluyó ayer domingo y cuyo final, probablemente, provocará los mayores y más tormentosos debates literarios que se han visto en los últimos cuatro siglos. O no.
“Victorias y Derrotas” surgió durante una noche de cansancio y nostalgia en la planta décima de un hotel de Estambul, allá por noviembre de 2007. La idea estaba clara: hacer una serie de microrrelatos que tuvieran unión y continuidad entre ellos. La estructura también: veintiún capítulos, siete planteamientos, siete nudos y siete desenlaces, con siete personajes que acabarían entrecruzándose de un modo u otro, y todo en apenas unas pocas líneas. El número de capítulos fue elegido totalmente al azar, con una única condición: que fuese un múltiplo de tres, para dar sentido al experimento.
Los siete primeros capítulos salieron de un tirón, incluyendo los nombres de los personajes, que fueron todos improvisados en segundos excepto uno: Siobhan, un nombre que oí hace bastante tiempo y que siempre me ha gustado; quería que uno de mis personajes, aquí o en otro lugar, se llamase así. No conté cuántos chicos o chicas había, aunque al final creo que acabé alternándolos y así se quedaron. Además, aunque los personajes no tienen nacionalidad, está claro que no todos provienen del mismo sitio ni tienen la misma condición social, si bien algunos de ellos parecen relacionados previamente; cosa que tampoco fue intencionada al principio.
Las tramas, o posibles tramas, también fueron un tanto al azar. Estaba seguro de que habría un hospital, aunque en el momento de empezar no tenía ni idea de dónde colocarlo o qué pasaría con ese escenario. Por demás, sólo el contenedor de basuras parecía un lugar fijo desde el principio. Mencionar a Birmania también surgió espontáneamente. Ni la más mínima idea tenía de cómo encajarla luego entre las divagaciones de Eva, o si saldría de ese maldito embrollo con el país asiático. Lo cierto es que no fueron pocos los elementos que condicionaron seriamente los capítulos ocho a catorce, si bien éstos salieron también del tirón (eso sí, alrededor de dos meses después) y, casi simultáneamente, el capítulo final, escrito mucho antes que sus seis precedentes.
La micronovela quedó en el almacén durante muchos meses, casi un año entero. No sabía cómo resolver o desatar lo que había liado con tan poca lana, y dudaba muchísimo de poder hacerlo. Quería siete finales que tuvieran sentido unos con otros, pero no había forma. Consideré varias posibilidades, incluyendo añadir otros siete capítulos en medio y transformarla en una estructura de cuatro partes, pero eso me parecía una trampa que me alejaba sin solución del objetivo de mi experimento. Al final, y creo que solamente por el hecho de no dejar un texto colgado y sin terminar (que tampoco habría sido el primero, ya), opté por la que llamo “la solución de las prisas”: ajustar un par de cabos en los tres primeros capítulos de la última tanda (15, 16, 17) y concluir en los cuatro últimos, mostrando a la luz las relaciones finales entre los personajes, si existían. Y, eso sí, resolviendo el maldito cubo de Rubik.
Es posible que cada minihistoria tenga ramificaciones múltiples, que algunas de ellas den para relatos de mayor enjundia, que de otras no sea aprovechable ni el título, que Siobhan no sea el personaje más interesante de la literatura universal (aunque sí es al que más cariño he tomado), que a nadie le importe una mierda lo que le pasaba a Cleto, que Eva fuera tan fumada que ni supiera en qué parte del mundo estaba, que Sebas y Adela no pasen de compañeros de piso, que Vijay llegue tarde a su cita y con un chichón de propina compensado por unos hermosos ojos celestes, o que Guillem tenga lágrima fácil cuando ve a Keanu Reeves. Es posible todo eso, es posible que a algún lector le intrigue (o no) saber cómo continúa alguna o ninguna de las historias. Es posible (no: es seguro) que el experimento no haya sido ni siquiera original. Por mi parte, aunque el resultado no me vuelva loco, sí que me ha dejado satisfecho poder hacer algo distinto. O, mejor dicho, poder terminarlo. Quién sabe, igual el estado de ánimo del lector influyó en su percepción de los capítulos, igual le impulsó a esperar al siguiente, o igual decidió borrar el blog de los feeds a falta de cosas más interesantes que leer.
En cualquier caso, y como es habitual, si han llegado hasta aquí, lo único que quisiera es darles las gracias por la lectura y la espera… y, sinceramente, si toda la explicación precedente les importa un güevo, también les estaré agradecido. No todos los días puede resolverse un cubo diabólico… al menos, yo nunca lo he conseguido.
Y ahora, como diría mi hermano, un topo vestido de tuno.
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